A veces he salido sin ganas, y me he sorprendido rompiendo los tacones de tanto bailar, y otros días me levantaba más radiante que nunca, y de repente me ponía a llorar como una idiota. Y es lo que pasa cuando estás a la deriva. Con los nervios a flor de piel, que más bien podrían formar parte de una gran montaña rusa, donde es tan fácil estar arriba como abajo. Y por muchas vueltas que dé, y aunque este más cerca del suelo, que del cielo, yo soy yo, y eso nunca va a quitármelo nadie. Ni siquiera tú. El resto puede llevárselo el basurero cuando pase, bolsa a bolsa, para que no quede nada tuyo que me estorbe.
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